viernes, 29 de abril de 2011

AVE DE MONTE

                        AVE DE MONTE

Laboratorio Wav fue un grupo electrónico que funcionaba a distancia entre la formoseña radicada en Buenos Aires, Charo Bogarín, tataranieta del cacique guaraní Guayraré; y el chaqueño Diego Pérez, ducho en esas cosas de la música electrónica. En el 2001 ganaron un concurso organizado por la MTV y gracias a ello compartieron escenario en Madrid con María Gabriela Epumer, Julieta Venegas, Aterciopelados entre otras bandas latinas de importancia. El concurso les permitía editar un disco producido por Santaolalla pero se les vino la crisis, la inflación y todo quedó en ascuas. A la distancia deciden replantear el rumbo del grupo: sentían que no poseían identidad, que su propuesta no tenía los pies en la tierra. Recurrieron a sus orígenes y allí estaba la música toba, los cantos colectivos, la raíz de los pueblos originarios que aguardaba por ellos (los dos se habían criado con tribus tobas a veinte cuadras de sus casas, pero nunca le habían prestado atención). En ese momento se dijeron por qué no intentar fusionar dos géneros, uno, ancestral; el otro, actual, apoyado por instrumentos eléctricos y tecnología digital.
Así nace Tonolec, un bello vocablo que tiene su razón de ser. “Tonolec es un ave de canto hipnótico del monte chaqueño – acotan sus integrantes -  Es una palabra qom (toba), que significa caburé o cabureí. Una especie de lechucita de plumaje blanco que canta por las noches y su canto es como un lamento. Nos gustó este nombre por la sonoridad que posee y por la leyenda de este ser que es parte de la mitología toba, que cuenta que por abusar de su don, este ave de plumaje hermoso y canto hipnótico fue castigado por los espíritus del monte, quienes hicieron que sus plumas sean un amuleto para la suerte y para el amor, por lo que paso a ser un pájaro perseguido y desplumado, confinado a cantar en las noches por su fea apariencia. Es como un llamado de atención al uso de los dones que cada uno posee. Y eso nos gustó mucho. Te mantiene en cierta forma, en una línea donde está bueno mantenerse.”
Fueron cuatro años de trabajo tomando aprendizaje de canciones y costumbres de coros como el de Chelaalapí, de Resistencia, Chaco, pero también de comunidades alejadas del Chaco, como la de Derqui, en la provincia de Buenos Aires. El pueblo toba fue un pueblo ágrafo hasta hace pocos años y, a pesar de que ahora tienen escritura, sus canciones no están escritas. A Charo y Diego no les quedó más remedio que trabajar oralmente las canciones y comenzar a componer sus propios temas. Pero, ¿cómo fue ese primer encuentro?, Diego Pérez lo relata: “…estábamos en líneas de tiempos diferentes. Llegamos con los micrófonos inalámbricos, el minidisk, las cámaras y ahí era todo tan íntimo y tan privado que no tuvimos el valor de sacar las cosas del bolso…era un encuentro musical que tenía más que ver con mantener viva una tradición que con el ejercicio de hacer música…”

“Tonolec” (2005), su disco debut, abre con ‘Antiguos dueños de las flechas’, recordada composición de Ariel Ramírez y Félix Luna, estrenada en la imprescindible “Cantata sudamericana” (1972), con Mercedes Sosa. El resto de las composiciones son propias y en ellas se alternan el castellano y el toba. En “Tonolec” todavía hay un predomino roquero por encima de la música indígena aunque no dejó de sorprender a propios y extraños este atrevido dúo que se proponía arrimar dos mundos tan diferentes.
Como en todo campo, artístico o no, el tiempo trajo experiencia, aprendizaje, confianza y sobre todo, una mayor identidad. Transitando el camino deciden mostrar “Plegaria del árbol negro” (2008), álbum compuesto por doce temas en su mayoría propios, salvo ‘El cosechero’ de Ramón Ayala. El comienzo es significativo, ya que ‘Monte, tierra cautiva’ hace referencia al eterno (y por esos días) conflicto que tienen los pueblos originarios por la pertenencia de sus tierras. Le sucederán diferentes climas musicales que pintan las actividades y el devenir de la comunidad toba, en varios pasajes acompañados por las voces de los coros de dicha comunidad. En ‘Taguiñe Lashe’ (Mujer del Este), Tonolec recrea un canto tradicional que pertenece al maestro pioxonaq de la comunidad de Derqui, don Mauricio Maidana. El álbum culmina con ‘Plegaria del árbol’, que presta el nombre al disco y que representa la característica esencial del mismo: testimonio, compromiso, pero a la vez, belleza y virtuosismo. “El nombre de este segundo disco fue elegido así como se pone un título a un cuento de niños o de adultos – explica Charo - Plegaria del Árbol, es como un cuento de los seres originarios. A medida que vas escuchando las canciones de este disco, podés sentir la profundidad y fiereza del monte chaqueño, podés sentir las voces de niños tobas cantando y jugando, y también la aparición de un chaman toba, entonando un mantra con voz profunda y ritual”.
Escuchar Tonolec resulta extraño, la voz de Charo es especial, se le notan sus antepasados, pero también se lee su expresión de mujer luchadora. Su papá, dirigente peronista agrario, desapareció en 1976 en Clorinda. Con su madre y su hermana se mudó a Resistencia (su madre era maestra de frontera, tiempo después se recibió de ingeniera de sistemas). Con su hija, Charo tampoco tuvo una vida fácil, mientras era periodista en un diario de Resistencia, falleció su pareja. Charo y su niña de siete años se mudaron a Buenos Aires y otra vez a comenzar de nuevo. Esas duras experiencias marcaron a fuego la personalidad de Charo y también su voz, curtida pero delicada al mismo tiempo.

Lo último de Tonolec es “Los pasos labrados” (2010) y marca la incorporación de un nuevo elemento en el camino del dúo, el del folklore argentino y chileno. La decisión de abrir el disco con ‘Que he sacado con quererte’ de Violeta Parra es más que acertada. La voz de Charo Bogarín prolonga, de alguna manera, la de Violeta Parra, una de las grandes madrazas del folklore latinoamericano. La ‘Zamba para olvidar’, de Daniel Toro, marca un momento de introspección para luego interpretar en lengua mocoví el chamamé ‘Cacique Catán’, de Tránsito Cocomarola. Luego, Bogarín, en lengua toba y castellano, se hace cargo de ‘Cinco siglos igual’, el himno de Gieco y Luis Gurevich. ‘El cosechero’, de Ramón Ayala impregna el ambiente de amor a la tierra, mientras que la versión de ‘Duerme negrito’ la da una nueva vuelta de tuerca hasta clásico del repertorio latinoamericano.
Escuchando este álbum caemos en la cuenta del crecimiento de Tonolec. Mientas que en sus primeros pasos se notaba todavía cierto ‘vicio’ hacia lo electrónico o el rock, aquí los nuevos sonidos que propone Diego Pérez no hacen otra cosa que acentuar la lírica de las canciones, ayudándolas y enriqueciendo su ropaje musical. Porque, en definitiva, la electrónica no es un género, es un instrumento más al servicio de la composición.
La última pista de “Los pasos labrados” es una reinvención del tema que abría su disco debut, ‘Antiguos dueños de las flechas’, con la participación vocal de Rosalía Patricio, integrante del Coro Toba Chelaalapí. La canción (y con ella el disco) termina con sonido ambiente de grillos y pájaros nocturnos de una noche estrellada en el medio del monte chaqueño dónde el aire es más puro y el futuro igual de incierto.


No hay comentarios:

Publicar un comentario