domingo, 17 de julio de 2011

EL MAYOR TOM Y EL CAPITÁN BETO

    EL MAYOR TOM Y EL CAPITÁN BETO

El fin de la Segunda Guerra Mundial dejó como resultado un mundo dividido en dos bloques: uno, occidental y capitalista; otro, oriental y socialista. Entre tantas reformas geopolíticas y económicas surgió una guerra fría entre los dos bloques que produjo una alocada carrera armamentista. Carrera que se ramificó hacia el espacio a partir de 1957 cuando los soviéticos lanzaron el Sputnik, el primer satélite en realizar una órbita terrestre (un mes después lanzarían el Sputnik 2 con la perra Laika como tripulante). En 1965 Alexander Leonov realizó la primera ‘caminata espacial’ y finalmente, en 1969 el Apolo 11 se posó en la Luna y Neil Armstrong realizó la caminata lunar que el mundo vio por televisión el 21 de julio de ese año (anda dando vueltas una teoría, hasta hora sin comprobar, que tal caminata existió sólo en un estudio de televisión).
Esta carrera espacial tuvo un final aproximado en 1975 cuando la nave soviética Soyuz 19 fue al encuentro y se acopló con la estadounidense Apolo, permitiendo a los astronautas de naciones rivales pasar de una nave a otra.
Pero detengámonos un instante en el 8 de abril de 1961, ese día se llevó a cabo el primer viaje al espacio piloteado por un ser humano. La nave Vostok despegó de las estepas del Kasajstán soviético con Yuri Gagarin a bordo, quién tardó 108 minutos en orbitar la Tierra. “¡Veo la Tierra! ¡Es tan hermosa!” fueron las palabras del primer hombre que vio nuestro planeta desde el espacio. Gagarin falleció en 1968 cuando el caza MiG-15 que piloteaba durante un vuelo rutinario se estrelló cerca de Moscú, en Novosyolovo. En esos siete años Gagarin no pudo manejar la fama, lo que le generó múltiples problemas personales, además de caer en las garras del alcohol.
Esta imagen,  la del hombre ante la inmensidad del espacio despertó la pluma de artistas de diferentes ramas y sensibilidades. Hoy nos centraremos en dos grandes canciones que escribieron dos talentos que ya son clásicos de dominio popular.

El Mayor Tom
Luego de ver el fundacional film de Stanley Kubrick, “2001: Odisea en el espacio”, estrenado en Londres en mayo de 1968, David Bowie escribió ‘Space Oddity’ (Odisea en el espacio) a fines de ese año. El tema fue lanzado en julio de 1969 como single (luego editado en 1972 en el álbum del mismo nombre). Su estreno coincidió con la llegada a la luna del Apolo 11 (la BBC presentó la canción en su cobertura del aterrizaje lunar).
David Bowie tenía 22 años en ese momento y seguramente su inconciencia y su talento le hayan impedido darse cuenta que había compuesto un tema para la posteridad.
‘Space Oddity’ (Odisea en el espacio) narra la historia del Mayor Tom y de su diálogo con la torre de control en la Tierra. En esa conversación el astronauta describe calmadamente la situación en que se encuentra, se despide de su esposa y las últimas palabras que se escuchan son: “la Tierra es azul y no hay nada que pueda hacer…”

Fragmento de la letra
Aquí Base llamando a mayor Tom: ‘Tómese sus proteínas y póngase el casco. Comienza la cuenta atrás, motores en marcha, compruebe el encendido y que Dios le acompañe.’
Aquí mayor Tom a Base: ‘Estoy saliendo por la puerta y flotando de un modo peculiar. Las estrellas parecen tan distintas hoy porque aquí estoy sentado en un trasto de hojalata muy por encima del mundo. La Tierra está triste y no hay nada que pueda hacer. Aunque estoy a 160.000 kilómetros, me siento muy tranquilo y creo que mi nave conoce el camino. Díganle a mi mujer que la quiero mucho, como ya sabe…’
Aquí Base llamando a mayor Tom: ‘Hemos perdido la conexión, debe haber algún problema, ¿Me recibe, mayor Tom? ¿Me recibe, mayor Tom?’
Mayor Tom: ‘Estoy aquí, flotando alrededor de este trasto muy por encima de la Luna. La Tierra es azul y no hay nada que pueda hacer...’

El Capitán Beto
Luis Alberto Spinetta publicó ‘El anillo del Capitán Beto’ en “El jardín de los presentes” (1977), álbum de su trío Invisible. En este caso, Spinetta traza una analogía con la de Tom, la del hombre sólo ante el espacio sideral, pero en el caso del Capitán Beto, su historia tiene visos fantásticos y es utilizada como una alegoría: “La idea de este tema difiere de ‘Gabinetes espaciales’ (tema de Almendra) -  le confiesa Spinetta a Eduardo Berti en ‘Crónica e Iluminaciones’ - porque yo estoy usando el viaje de un astronauta argentino, del barrio de Haedo, para hablar de otras cosas: de que si nosotros pudiéramos volar tan alto que ya no quedara nada del mundo que nos llevó a volar, entonces el viaje ya no te interesaría.” Años después, el Flaco ampliaría su percepción acerca del capitán Beto en ‘Martropía’ (Conversaciones de Juan Carlos Diez con Spinetta): confesó que se llamaba Heriberto Aguirre y era un colectivero que una noche dejo de serlo cuando la policía quiso utilizar el colectivo para llevar pibes detenidos. “Yo no me voy solamente de la línea en que trabajo, sino que ahora mi periplo va a estar más allá de los márgenes de la Tierra”, parece que afirmó Beto. Cuenta Spinetta que el ahora ascendido Capitán tenía sesenta años cuando decidió su viaje. Comenzó a construir su nave pero no quería tecnología de punta, utilizó métodos incaicos, a través de monopolos magnéticos de influjos astrales. Con esa técnica perdida en la noche de los tiempos construyó su nave y partió. “Empezó a extrañar aquellas cosas que abominaba, los castigos de la ciudad. Estaba cansado de la Argentina pero se dio cuenta de que no podía transformar nada estando en la soledad del espacio. Querer modificar todas esas cosas le resultó una tarea imposible estando solo. No volvió más. La ciencia tardó muchos años en descubrir en que punto de la galaxia estaba. Finalmente quedó ahí, en su nave mezcla de pirámide y colectivo. Llevaba puesto su anillo. Su tumba es el espacio y allí lo dejaron en honor a su hazaña.”.

Fragmento de la letra
Ahí va el Capitán Beto por el espacio, con su nave de fibra hecha en Haedo. Ayer colectivero, hoy amo entre los amos del aire.
Ya lleva quince años en su periplo; su equipo es tan precario como su destino. Sin embargo, un anillo extraño ahuyenta sus peligros en el cosmos.
Ahí va el Capitán Beto por el espacio, la foto de Carlitos sobre el comando y un banderín de River Plate y la triste estampita de un santo.
¿Dónde está el lugar al que todos llaman cielo? Si nadie viene hasta aquí a cebarme unos amargos como en mi viejo umbral
¿Por qué habré venido hasta aquí, si no puedo más de soledad?
Ya no puedo más de soledad.
Si esto sigue así como así, ni una triste sombra quedará, ni una triste sombra quedará.
Ahí va el Capitán Beto por el espacio, regando los malvones de su cabina. Sin brújula y sin radio, jamás podrá volver a la Tierra.

Tributos espaciales
Jean Michel Jarré, ‘Gagarin’ en “Metamorphoses” (2000), homenaje tecno al gran astronauta ruso.
Mecano, ‘Laika’ en “Descanso dominical” (1998), reconocimiento del pop español a la primera perra astronauta.
Elton John, ‘Rocket Man’ en “Honky Chateau” (1972), gran música de Elton John para acompañar la letra un tanto naif de Bernie Taupin.
También son dignos de citar: Snow Patrol ‘I Am An astronaut’ (“Colours Are Brighter”, 2006); Pereza: ‘Astronauta’ (“Barcelona”, 2006) y  Babylon Zoo: ‘Spaceman’ (single de 1995).
Promediando los ochenta surgió la banda británica Sigue Sigue Sputnik, bajo el liderazgo de Tony James, que tuvo su cuarto de hora con el simple ‘Love Missile F1-11’ (1986)

domingo, 10 de julio de 2011

CANCIONES ARGENTINAS

                      CANCIONES ARGENTINAS

Las canciones que amamos nos acompañan en todos los momentos y han enmarcado musicalmente nuestros episodios de vida. Nos encariñamos con ellas por variadas razones: afectivas, porque las relacionamos con momentos buenos (o malos) que hemos vivenciado; intelectuales, identificándonos con su construcción estética o el significado de su letra; o sensoriales, cuando nos atrapa su atmósfera o energía.
Sé que muchos de ustedes, como yo, no podemos vivir sin las canciones, y cuando aparece un libro dedicado exclusivamente a ellas, hay que regocijarse y celebrar la iniciativa.

El autor de dicha publicación no es un iniciado, Sergio Pujol vive en La Plata, es profesor de Historia del Siglo XX en la Facultad de Periodismo en esa ciudad y enseña Historia del Jazz en EMU Educación Musical, además de ser investigador del Conicet. Publicó once libros, entre ellos: ‘Jazz al sur’, ‘Rock y dictadura’, ‘Discépolo, una biografía argentina’, ‘En nombre del folclore’, biografía de Atahualpa Yupanqui y ‘Como la cigarra’, biografía de María Elena Walsh.
Su flamante obra, “Canciones argentinas, 1910-2010” (Editorial Emecé), es un viaje por 147 canciones de la música popular argentina recorriendo todos los géneros (tango, folklore, rock, canción romántica), a lo largo de 100 años de historia musical argentina.
“La canción es un artefacto cultural indestructible”, sentencia Sergio Pujol, y para avanzar en la definición rastrea el último siglo: “Han cambiado soportes, ha nacido y desaparecido el álbum, todo ha sido puesto en crisis, excepto la canción, o la necesidad de la canción”.
El libro consta de cinco partes que marcan cronológicamente el soporte tecnológico en que las canciones fueron difundidas y creadas.
‘Canciones en la victrola’ (1910-1934): aquí figuran las fundacionales ‘Desde el alma’ y ‘Mi noche triste’, las apariciones de Carlos Gardel y en el final de la etapa, la de Discépolo con ‘Yira Yira’ y ‘Cambalache’
‘Lo que cantaba la radio’ (1935-1956) retrata la época de oro del tango y la afirmación del folklore con Atahualpa Yupanqui como estandarte. En 1935, con la inauguración de Radio El Mundo y su sala de conciertos, las canciones cobran nuevo brillo ante los embelesados oyentes.
‘Los años del Wincofón’ (1957-1970) marca la aparición del rock argentino y la convivencia en ebullición de ‘La tonada del viejo amor’, ‘Balada para un loco’ y ‘La balsa’.. El tocadiscos Wincofón comienza a comercializarse en 1957 y se torna en un elemento manuable e indispensable para la difusión de los simples y del lp de vinilo (éste último inaugurando el concepto del álbum como un ente integral).
‘Piezas de un álbum’ (1971-1987) muestra la segunda etapa del rock nacional (Charly García, León Gieco, Pappo, Sumo) y repasa canciones folklóricas (‘Zamba de Juan Panadero’, ‘María va’) y tangos (‘Viejo Tortoni’, ‘Café La humedad’) creadas en esos años. (En esta etapa es fundamental para el rock y el pop la aparición del videoclip.)
‘Canciones a la vista’ (1988-2010). La última parte, la más vertiginosa tecnológicamente, enmarca las canciones en el cd y luego en los nuevos soportes digitales. Es esta parte el autor cita a los nuevos exponentes (Lisandro Aristimuño, Estelares, Flopa Manza Minimal, Alfredo Rubín) y remarca la vigencia de otros (Jorge Fandermole, Los Piojos, Divididos, Kevin Johansen).
 “Para la selección trabajé como el jurado de un concurso, con la salvedad de que era el jurado de preselección y del final – explica Pujol - Comencé con una corpus de unas trescientas canciones, basándome en el criterio de ‘una que sepamos todos’, pero que además me gustara a mí. En ese equilibrio, a veces primó la primera parte de la ecuación, a veces la segunda. De Invisible, por ejemplo, quedó ‘El anillo del Capitán Beto’. A mí me gustaba más ‘Dios de la adolescencia’, del mismo disco, pero ‘Durazno...’ tiene más espesor, más peso específico. No se trataba solamente de elegir grandes canciones, tenían que ser canciones tanque, resistentes a versiones e intérpretes”.
Luego de seleccionar más de un centenar de canciones de las miles que componen el cancionero argentino, Pujol describe y explica estas canciones desde la erudición, pero también desde el sentimiento y la pasión. La mayoría de ellas están fuertemente arraigadas en el inconciente colectivo, otras poseen propiedades que torna imprescindible su presencia en esta selección, y todas están enmarcadas y descriptas con análisis, anécdotas y citas de los compositores que pensaron dichos temas.  
Pujol se centró en las grabaciones de estudio publicadas, porque evidentemente los estrenos no registrados y las interpretaciones en vivo, en su mayoría, son imposibles de rastrear. “Trato de entender la perdurabilidad de las canciones, y si bien tienen mucho que ver con los intérpretes, no estoy tan seguro de que la interpretación lo sea todo, como sí lo es en el jazz.”, dice Pujol, que luego cita a la musicóloga Heloísa Valente, afirmando que las canciones pueden funcionar como cápsulas de memoria: su poder evocativo aumenta en proporción a la distancia temporal entre el evento ocurrido y el tiempo presente. “La eficacia de esas ‘cápsulas’ depende no sólo de la calidad de los intérpretes sino también de la calidad de sus materiales y de la maneras con las que éstos fueron ensamblados”, dice el platense.

“Canciones argentinas (1910-2010)” reivindica la figura del autor y el compositor, que muchas veces es ignorada o desapercibida por el gran público, eclipsado por los intérpretes. Muchas veces se identifica determinada canción por la interpretación del cantante, sin saber quién y cómo la escribieron. Esto no es de ahora, los trovadores de la edad media nunca cobraron derechos de autor, los bluseros norteamericanos pudieron beneficiarse, en parte, luego que bandas y solistas británicos (Rolling Tones, Eric Clapton, Yardbirds) popularizaran sus temas; en la época del soul los escritores escribían por un módico sueldo para que se luzcan las renombradas figuras del género.
Por estos pagos, un caso testigo es el de ‘Vidala para mi sombra’, una de las composiciones más hondas del folklore argentino. Pero, ¿cuántos conocen al salteño Julio Espinosa, su creador?, carpintero de profesión, que compuso su vidala en 1955. Pujol dice: “la suerte de esta vidala fue pronosticada por Juan Carlos Dávalos que le dijo a Espinosa que su melancólica creación estaba predestinada a ser universal”. Es bella y reveladora esa imagen de la canción que trasciende a su autor y pasa a formar parte de la cultura colectiva de un pueblo, pero el problema surge cuando ese compositor no es tan conocido como un Atahualpa Yupanqui, por ejemplo. Entonces, sería justo difundir estos desconocidos autores que con su obra han colaborado a engrosar nuestro cancionero argentino.
En otro pasaje, Pujol cita a Theodor Adorno: (‘la música popular es aquella en la que la canción escucha al oyente y no al revés’) para presentar el emblemático ‘El viejo Matías’, escrito por Víctor Heredia en 1969, con esa entrañable historia del viejo inmigrante italiano, que como un fantasma errante deambula la estación de Paso del Rey y se le ilumina la cara cuando llegan los trenes repletos de obreros.
Son sólo dos ejemplos que muestran un mínimo panorama de la pasión y esfuerzo que consumió Sergio Pujol para crear este maravilloso compilado de canciones. Alguien opinará que falta tal, o cuál de sus preferidas, pero es irrelevante ante el peso específico de tanta música y tanta letra que han testimoniado estos últimos cien años de vida de nuestra joven Argentina.