domingo, 10 de julio de 2011

CANCIONES ARGENTINAS

                      CANCIONES ARGENTINAS

Las canciones que amamos nos acompañan en todos los momentos y han enmarcado musicalmente nuestros episodios de vida. Nos encariñamos con ellas por variadas razones: afectivas, porque las relacionamos con momentos buenos (o malos) que hemos vivenciado; intelectuales, identificándonos con su construcción estética o el significado de su letra; o sensoriales, cuando nos atrapa su atmósfera o energía.
Sé que muchos de ustedes, como yo, no podemos vivir sin las canciones, y cuando aparece un libro dedicado exclusivamente a ellas, hay que regocijarse y celebrar la iniciativa.

El autor de dicha publicación no es un iniciado, Sergio Pujol vive en La Plata, es profesor de Historia del Siglo XX en la Facultad de Periodismo en esa ciudad y enseña Historia del Jazz en EMU Educación Musical, además de ser investigador del Conicet. Publicó once libros, entre ellos: ‘Jazz al sur’, ‘Rock y dictadura’, ‘Discépolo, una biografía argentina’, ‘En nombre del folclore’, biografía de Atahualpa Yupanqui y ‘Como la cigarra’, biografía de María Elena Walsh.
Su flamante obra, “Canciones argentinas, 1910-2010” (Editorial Emecé), es un viaje por 147 canciones de la música popular argentina recorriendo todos los géneros (tango, folklore, rock, canción romántica), a lo largo de 100 años de historia musical argentina.
“La canción es un artefacto cultural indestructible”, sentencia Sergio Pujol, y para avanzar en la definición rastrea el último siglo: “Han cambiado soportes, ha nacido y desaparecido el álbum, todo ha sido puesto en crisis, excepto la canción, o la necesidad de la canción”.
El libro consta de cinco partes que marcan cronológicamente el soporte tecnológico en que las canciones fueron difundidas y creadas.
‘Canciones en la victrola’ (1910-1934): aquí figuran las fundacionales ‘Desde el alma’ y ‘Mi noche triste’, las apariciones de Carlos Gardel y en el final de la etapa, la de Discépolo con ‘Yira Yira’ y ‘Cambalache’
‘Lo que cantaba la radio’ (1935-1956) retrata la época de oro del tango y la afirmación del folklore con Atahualpa Yupanqui como estandarte. En 1935, con la inauguración de Radio El Mundo y su sala de conciertos, las canciones cobran nuevo brillo ante los embelesados oyentes.
‘Los años del Wincofón’ (1957-1970) marca la aparición del rock argentino y la convivencia en ebullición de ‘La tonada del viejo amor’, ‘Balada para un loco’ y ‘La balsa’.. El tocadiscos Wincofón comienza a comercializarse en 1957 y se torna en un elemento manuable e indispensable para la difusión de los simples y del lp de vinilo (éste último inaugurando el concepto del álbum como un ente integral).
‘Piezas de un álbum’ (1971-1987) muestra la segunda etapa del rock nacional (Charly García, León Gieco, Pappo, Sumo) y repasa canciones folklóricas (‘Zamba de Juan Panadero’, ‘María va’) y tangos (‘Viejo Tortoni’, ‘Café La humedad’) creadas en esos años. (En esta etapa es fundamental para el rock y el pop la aparición del videoclip.)
‘Canciones a la vista’ (1988-2010). La última parte, la más vertiginosa tecnológicamente, enmarca las canciones en el cd y luego en los nuevos soportes digitales. Es esta parte el autor cita a los nuevos exponentes (Lisandro Aristimuño, Estelares, Flopa Manza Minimal, Alfredo Rubín) y remarca la vigencia de otros (Jorge Fandermole, Los Piojos, Divididos, Kevin Johansen).
 “Para la selección trabajé como el jurado de un concurso, con la salvedad de que era el jurado de preselección y del final – explica Pujol - Comencé con una corpus de unas trescientas canciones, basándome en el criterio de ‘una que sepamos todos’, pero que además me gustara a mí. En ese equilibrio, a veces primó la primera parte de la ecuación, a veces la segunda. De Invisible, por ejemplo, quedó ‘El anillo del Capitán Beto’. A mí me gustaba más ‘Dios de la adolescencia’, del mismo disco, pero ‘Durazno...’ tiene más espesor, más peso específico. No se trataba solamente de elegir grandes canciones, tenían que ser canciones tanque, resistentes a versiones e intérpretes”.
Luego de seleccionar más de un centenar de canciones de las miles que componen el cancionero argentino, Pujol describe y explica estas canciones desde la erudición, pero también desde el sentimiento y la pasión. La mayoría de ellas están fuertemente arraigadas en el inconciente colectivo, otras poseen propiedades que torna imprescindible su presencia en esta selección, y todas están enmarcadas y descriptas con análisis, anécdotas y citas de los compositores que pensaron dichos temas.  
Pujol se centró en las grabaciones de estudio publicadas, porque evidentemente los estrenos no registrados y las interpretaciones en vivo, en su mayoría, son imposibles de rastrear. “Trato de entender la perdurabilidad de las canciones, y si bien tienen mucho que ver con los intérpretes, no estoy tan seguro de que la interpretación lo sea todo, como sí lo es en el jazz.”, dice Pujol, que luego cita a la musicóloga Heloísa Valente, afirmando que las canciones pueden funcionar como cápsulas de memoria: su poder evocativo aumenta en proporción a la distancia temporal entre el evento ocurrido y el tiempo presente. “La eficacia de esas ‘cápsulas’ depende no sólo de la calidad de los intérpretes sino también de la calidad de sus materiales y de la maneras con las que éstos fueron ensamblados”, dice el platense.

“Canciones argentinas (1910-2010)” reivindica la figura del autor y el compositor, que muchas veces es ignorada o desapercibida por el gran público, eclipsado por los intérpretes. Muchas veces se identifica determinada canción por la interpretación del cantante, sin saber quién y cómo la escribieron. Esto no es de ahora, los trovadores de la edad media nunca cobraron derechos de autor, los bluseros norteamericanos pudieron beneficiarse, en parte, luego que bandas y solistas británicos (Rolling Tones, Eric Clapton, Yardbirds) popularizaran sus temas; en la época del soul los escritores escribían por un módico sueldo para que se luzcan las renombradas figuras del género.
Por estos pagos, un caso testigo es el de ‘Vidala para mi sombra’, una de las composiciones más hondas del folklore argentino. Pero, ¿cuántos conocen al salteño Julio Espinosa, su creador?, carpintero de profesión, que compuso su vidala en 1955. Pujol dice: “la suerte de esta vidala fue pronosticada por Juan Carlos Dávalos que le dijo a Espinosa que su melancólica creación estaba predestinada a ser universal”. Es bella y reveladora esa imagen de la canción que trasciende a su autor y pasa a formar parte de la cultura colectiva de un pueblo, pero el problema surge cuando ese compositor no es tan conocido como un Atahualpa Yupanqui, por ejemplo. Entonces, sería justo difundir estos desconocidos autores que con su obra han colaborado a engrosar nuestro cancionero argentino.
En otro pasaje, Pujol cita a Theodor Adorno: (‘la música popular es aquella en la que la canción escucha al oyente y no al revés’) para presentar el emblemático ‘El viejo Matías’, escrito por Víctor Heredia en 1969, con esa entrañable historia del viejo inmigrante italiano, que como un fantasma errante deambula la estación de Paso del Rey y se le ilumina la cara cuando llegan los trenes repletos de obreros.
Son sólo dos ejemplos que muestran un mínimo panorama de la pasión y esfuerzo que consumió Sergio Pujol para crear este maravilloso compilado de canciones. Alguien opinará que falta tal, o cuál de sus preferidas, pero es irrelevante ante el peso específico de tanta música y tanta letra que han testimoniado estos últimos cien años de vida de nuestra joven Argentina.

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