miércoles, 10 de noviembre de 2010

El hambre y las ganas de comer



    EL HAMBRE Y LAS GANAS DE COMER

Cuando estamos trabajando o haciendo alguna labor, es común que pongamos música para acompañarnos; esas músicas nos sirven, digamos, de compañía. En otros casos, se utiliza para ‘llenar’ un ambiente o local; y por supuesto, está la música que escuchamos en cafés, pubs; o que bailamos en las discos, bailantas u otros lugares bailables.
Pero hay discos (y músicos) que no se pueden escuchar con liviandad. Hay que poner todos los sentidos al servicio de esa música y esas palabras. Son canciones que requieren toda la atención, por su factura letrística, musical y por el propósito con que fueron creadas.
Este es el caso de “El hambre y las ganas de comer” (2010), disco compartido entre el músico Gabo Ferro y el escritor Pablo Ramos que contiene un ramillete de canciones que se meten en tu mente y cuerpo y te sacuden cual vendaval. Hay tres componentes madres en estos temas que los erige como fundamentales, imprescindibles: las letras de Pablo Ramos (por primera vez Gabo prescinde de escribir sus letras); la música de Gabo Ferro (abrevando de la música popular, pero siempre con su sello distintivo); y la voz de Gabo, tan bella como indescifrable, por momentos sensible, a veces desgarradora, siempre personalísima al extremo.
Pablo Ramos es un escritor que estoy descubriendo al mismo tiempo que ustedes, de quién se puede leer sus impresiones y algunos textos en su blog ‘La arquitectura de la mentira’. Pablo conoció a Gabo a través de ‘Madera rosa’, tema de “Canciones que un hombre no debería cantar” (2000), en un momento que estaba mal por un traspié afectivo.
Gabo Ferro es un trovador comprometido con la canción de este siglo (cuenta con dos libros publicados de investigación histórica) y conoció a Pablo Ramos leyendo ‘Cuando lo peor haya pasado’, su primer libro de cuentos. Se prometieron hacer algo juntos, pero fue recién cuando estuvieron a miles de kilómetros de distancia, que nació el proyecto.
Gabo, inmerso en el calor del verano porteño, y Pablo, desde un Berlín con 20 grados bajo cero, con una beca y trabajando en la corrección de ‘En cinco minutos levántate María’, su última novela, comenzaron, vía Internet a trabajar juntos. El puntapié inicial lo dio Pablo, cuando le mandó un mail a Gabo. “Yo sabía que Gabo estaba medio mal y le empecé a mandar mails – le cuenta Pablo a Página 12 - La excusa para los que me preocupan es mandarles mails, y él me preocupaba ese verano. Yo laburaba toda la noche, y cuando terminaba, en ese agotamiento del amanecer, le mandaba las primeras palabras del día. Se las mandaba en el cuerpo del mail, superando todo pudor, porque yo tengo faltas de ortografía cuando escribo, reviso mucho, no tuve una educación muy buena. Empecé a escribir letras; no poesías, letras, que no es lo mismo: soy músico aficionado y puedo entender una métrica, qué palabras necesita una canción.”
Gabo, por su parte y para el mismo medio, explicó: “Soy de los que creen que el que escribe trae, de un otro lugar, algo, y lo pone en esta dimensión. Esa cosa mágica es la manera en la que yo trabajo, tanto para interpretar como para componer una canción. Cuando leo o escucho algo que me conmueve no puedo evitar sentir que hay un lugar de origen donde esa autora o ese autor y yo tenemos algo en común. Y eso me pasó con él. Yo creo tener recuerdos anteriores de haber hablado con Pablo. Sé que nos conocimos en 2006, pero yo creo tener recuerdos de antes y me esfuerzo por encontrarlos. El no me resulta ajeno, físicamente no me resulta ajeno, su voz no me resulta ajena. Creo que hay un lugar original que no puedo explicar y un tiempo original que no puedo explicar. Cuando leí sus cuentos, leí sus trabajos, yo ya los conocía. Y hay momentos en los que leía y sabía lo que seguía en la página siguiente y no porque fuera predecible: conocía de antes ese texto. Somos dos instrumentos, uno de cuerda y otro de vientos pero que están afinados en la misma escala”.
El título del disco surgió después de que un hombre mayor se acercara a Gabo Ferro después de un concierto para preguntarle si el rumor acerca de que estaba por grabar un disco con Pablo Ramos era cierto. Gabo se lo confirmó y el hombre se fue preocupado, después de reflexionar: “Se juntaron el hambre y las ganas de comer”.

Las canciones
“El hambre y las ganas de comer” comienza con ‘Adiós’, tema de una tristeza indecible, mientras Gabo canta: “Cuando las promesas suden a palabras, a ilusiones vencidas / cuando sientas en mis manos la nostalgia de caricias perdidas / ese es el momento de decir adiós, es el momento de decirlo / Cuando al pensarlo parezca fue mentira, lo nuestro fue mentira / y evitemos la mirada, un encuentro que nos deje a la deriva / es el momento de decir adiós, es el momento de decirlo… Adiós, abracadabra de esta agonía / puñal de dos filos clavado en la espina / adiós amor adiós, hasta tal vez algún día…”
‘Codeína’ es otra de esas canciones que te noquean con un cross en la mandíbula con palabras surgidas, tal vez, de rasgos autobiográficos del letrista:
“Como la huella que nunca dejan, los pajaritos, las comadrejas / soy una nube, soy una estrella, un condenado arriba de un vagón / dos bolsas negras bajo los ojos, un gato chueco, otro pelirrojo, un arco iris, un arco y flecha / soy candidato a la crucifixión / Y en el cielo dibujo anzuelos, y en los baños falos extraños, y en las nubes gordos querubes… tengo la lengua como el camaleón… / Subo ascensores, bajo escaleras, rodilla rota rodilla entera / cinco jarabes de codeína (la cocaína, mamá, era peor) / hay un museo en un mausoleo que dice: ‘loco, pronto te espero’ / Hay una nota y es un silbido que va a llevarme derecho al olvido / Y en el cielo dibujo anzuelos, y en los baños falos extraños, y en las nubes gordos querubes… tengo la lengua como el camaleón…”
En ‘Oda paco’, con la participación vocal de Miss Bolivia, Gabo Ferro y Pablo Ramos te hacen reflexionar acerca de los desclasados, los sin nombre, los invisibles:
“(Meto de prepo mis cosas adentro donde estoy latiendo pero muerto)
Nací sin estrella vivo sin ella por tener coraje me crié en la calle /me refugio en ella con un poco de esto paco que es mierda pa’ vos / lleno la mesa de los que me acechan los tigres raros los dementes esos los habilitados pa’ regar mi sangre pa’ cortar mis manos / no elegí este lado no me odies tanto poco me queda / soy de los que duran pocas primaveras verás tan amarga y fría la gris nariz que es un poco lenta / y es mejor que meta mis cosas adentro donde estoy latiendo donde estoy muriendo / yo no soy tu hermano no tengo familia no soy descendiente de tu buena gente / no tengo grafía me faltan los dientes y mi geografía es la de la muerte / no tengo alma pa’ llevarme algo tengo que jugarme mano contra mano / cosecho entierros reparto daños nací y me dieron un fierro en la mano / y esto que es de piedra y dura un rato pa’ vos es mierda sociedad moral/ propiedad estatal documento único nacional identidad no hay / en la cárcel te dan siempre por atrás porque no hay lugar pa’ respetar / a quien no nació ni puede votar ese soy yo / yo soy el que está el que no se ve el que va tapado pero tiene fe un escapulario de mi dios urbano el que compensa tu mente violenta y rubrica sobre la boleta que justifica ese odio enfermo en tu cabeza (ay ay ay) / yo soy del color de esta misma tierra y no tengo nada más que la miseria / mi calma y mis huesos: mierda / mis ilusiones y mi suerte: mierda / mi soledad y mi muerte: mierda / mi humanidad y mis sueños: mierda / al taco: yo soy el que te fuma paco / al taco: yo soy el que se muere paco.”
En “El hambre y las ganas de comer” hay también despecho a ritmo de vals (‘Esta vez lo hiciste’); correntadas que se llevan todo pero que al mismo tiempo lavan la sangre de la última matanza (‘Agua zarpada’); homenaje a las Abuelas de Plaza de Mayo (‘Los que quieran’); mimos al corazón (‘Campito santo’); humor en un desentendido entre amantes (‘Azul’); y elucubraciones acerca del alma (‘Para caer’).
¿Quién sabe?, quizás la sociedad Ferro-Ramos perdure y continúe creciendo hasta transformarse en un clásico de la canción argentina de esta primera década del año 2000. De lo que no hay duda es que si dentro de 60 o 70 años alguien quiere bucear por su alma a través de una buena canción, podrá recurrir a “El hambre y las ganas de comer”, que seguirá tan fresco y lozano como la primera vez que alguien escuchó sus canciones.

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